
LA LEYENDA DEL DIARIO CRÍTICA
El secuestro de Favelukes
Jaime Favelukes, un médico de la comunidad judía, reconocido por sus tareas como asistencia social, fue secuestrado el 4 de octubre de 1932, en el centro de la Capital Federal. Horas más tarde, su mujer, recibió un llamado en el que le pedían 100.000 pesos para dejarlo en libertad. Aunque, nunca se supo si se había pagado el rescate.
Cuatro días después, en medio de una gran vorágine popular, quedó en libertad. Esa misma tarde, una multitud se hizo presente en la puerta de su casa para escuchar sus declaraciones públicas. El doctor aprovechó esta oportunidad para “agradecer” a sus secuestradores por el trato recibido y por su liberación.
Luego de unos meses se confirmó que fue raptado por una organización mafiosa ligada a Juan Galiffi, también conocido como Chicho Grande.

El fusilamiento de Ayerza
El asesinato del concejal Ray

Carlos Ray fue asesinado en su casa el 10 de septiembre de 1926. Su mujer, María Poey de Canelo, declaró que escucharon ruidos en medio de la noche y que el concejal fue baleado por ladrones cuando se levantó de la cama a ver qué pasaba.
El caso ocupó las primeras planas de los diarios como una novela policial publicada por entregas. La primera autopsia fue realizada el 18 de septiembre en la Facultad de Medicina de La Plata, concluyó que había cianuro en las vísceras del concejal. La hipótesis fue entonces que el robo y los balazos no eran más que un montaje para encubrir el presunto envenenamiento, un crimen fríamente calculado por su esposa y uno de sus amantes, José Pereyra.
Ninguna persona extraña podía encontrarse esa mañana en la morgue, al margen de los médicos, los policías y los encargados de trasladar el cadáver. Sin embargo, había un detective de incógnito en la sala: el plomero al que los peritos le encargaron abrir el ataúd era en realidad Gustavo Germán González, cronista del diario Crítica. La revelación del misterioso crimen se condensó en un título de tapa breve y contundente: “No hay cianuro”.
Abel Ayerza tenía 25 años cuando fue secuestrado en la madrugada del 23 de octubre de 1932 cuando regresaba de un cine de la ciudad de Marcos Juárez en Córdoba en compañía de Santiago Hueyo, Alberto Malaver y José Boneto.
Víctimas de una emboscada por delincuentes con vínculos mafiosos, Ayerza y Hueyo, son secuestrados, siendo liberado más tarde Hueyo con un pedido de rescate que la familia paga.
La noticia se propagó rápidamente y se iniciaron varios operativos para resolver el caso. Sus captores, envueltos en un profundo temor, lo ejecutaron el 31 de octubre de ese mismo año. Mientras que, su cadáver, y el esclarecimiento definitivo del caso, recién fue descubierto el 21 de febrero de 1933.
De todos los episodios cubiertos hasta entonces por el periodismo policial, ninguno capturó la atención del público, por tanto tiempo, como la historia del joven secuestrado y asesinado por las mafias sicilianas de Rosario.
